Ya pensando un poco más, por momentos, las cosas que nos han sucedido, asustan

Por Francisco Pérez Alviárez @Fperezalviarez

No soy una persona creyente en las maldiciones, supersticiones y tampoco en verdades reveladas. Entiendo que existe, más allá de las creencias, un ser superior, inexplicable, inentendible, que fuera de cualquier pronóstico está presente, y que hasta en la vida política ha sido usado a diestra y siniestra como supuesto proveedor de glorias o desgracias. 

Ya pensando un poco más, por momentos, las cosas que nos han sucedido, asustan, parecen hasta cierto punto providenciales, echando la vista al pasado donde tenemos una seguidilla de desgracias que terminan siendo más grandes que las glorias que podemos contar en nuestra historia, una no tan larga, pero sí muy intensa si nos comparamos con el viejo mundo.

Cuando el 5 de julio de 1811 la incipiente Venezuela decidió hacer su vida por su cuenta, sin la carga negativa o positiva de las vivencias del antiguo mundo, nuestros próceres patearon la mesa y comenzaron de cero; el adolescente de 300 años se levantó, empacó un par de corotos y se emancipó, pero allí tuvo que aprender en muy corto tiempo y tablazo limpio lo que a otras naciones les costó milenios de sangre, fuego e historia, un momento donde discutimos si nuestros problemas los hicimos nosotros o nos los mandaron desde arriba.

Nos pasamos el siglo siguiente, y el siguiente en un constante intento de darle forma a algo que nunca habíamos visto, que no teníamos ni de vecino, cambiando cada tanto el antecedente, por si queríamos hacerlo a la inglesa, a la francesa o a la norteamericana, en la eterna discusión de importar ideologías o ver si las fabricamos según nuestros intereses, como llegaron a plantear los pensadores de la primera parte del siglo XX. 

Nuestras crisis como país, con muy breves períodos de estabilidad feudal, cada tanto reventaban en una explosión armada donde los hombres se mostraban ungidos por la Providencia para regir una fulana “República” que jamás fue más que un ensayo, pues al poco tiempo otros iluminados terminaban revolcando el país, siguiendo la tradición un rato largo hasta el principio del último revolcón del siglo XIX, el de los andinos. 

A punta de hierro volvió el feudo, pero esta vez para darle fin a todos los demás, uno con un interés de Nación, fuera de otros intereses más regionales que habían premiado anteriormente el desenvolvimiento del bochinche nacional, y en ese momento, donde los hombres de las montañas empezaron a ser vistos en Venezuela, salieron las grandes luces de su tiempo, los que construyeron el último país que tuvimos, desde la reconstrucción del primer ladrillo, hasta las leyes que delimitaron a los venezolanos hasta hace menos de 40 años. 

Ese era el hombre

En este escenario nace, crece y se desenvuelve un hombre que nos hace cuestionarnos la existencia de las maldiciones, Diógenes Escalante, nacido en Queniquea, formado en La Grita, un intelectual con una trayectoria profesional impecable, amigo de hombres tan notables como el Senador Harry S. Truman, quien posteriormente sería el trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos, y con quien tendría una relación de amistad muy cercana por ser hombres que se hicieron a sí mismos con mucho trabajo proviniendo de pueblitos pequeños al interior de sus países.

El asunto con Escalante se presta para una película tragicómica en medio del escenario más tortuoso y convulsionado que haya visto la política venezolana desde los tiempos de las montoneras del siglo XIX o los intentos de huelgas a la muerte de Gómez. 

En medio de conspiraciones a punto de reventar contra el gobierno encabezado por el General Medina Angarita, las partes en conflicto vieron con buenos ojos unas elecciones para presidente donde se eligiera a alguien que pusiera fin de una vez por todas a las pugnas, alguien sin contaminación partidista, con las características que busca el poder en la época, una visión pragmática para imponer el diálogo entre el desorden que se empieza a gestar por el carácter blando del gobierno, las ambiciones del partido Acción Democrática y los problemas internos del sector militar. 

Diógenes Escalante se había labrado durante los años una reputación muy importante al trabajar en el servicio exterior venezolano y tener al menos tres décadas fuera de Venezuela, sin contaminarse de todos los aspectos que atañen a la creación de los partidos políticos en Caracas, cumplía con la premisa fundamental del poder de la época: Ser tachirense, conocía a prácticamente todos los actores de la pugna política, no militaba ideológicamente en ninguno de los espectros -al menos no radicalmente- y pese a lo improbable que pudiera sonar en ese entonces, era el que había aglutinado el respeto de Medina, los adecos y los militares, ¿Para qué buscar más? ¡Ese era el hombre!

Cuando el pobre lava, llueve

Cuando hablaba al principio sobre si nuestras desgracias son provocadas o providenciales, toca hacer un recuento de las malas o pésimas decisiones de quienes han dominado el poder en el país en varias épocas, pero también toca ver casos que rayan en lo ficticio, pues Escalante, ya candidato con el apoyo no solo popular, sino político, militar e institucional, pisa Venezuela para iniciar un camino que pudo haber cambiado por completo el destino del país, no solo por su carácter de intelectual, sino por su pragmatismo, su experiencia internacional y sus contactos en las más grandes potencias del mundo, pero a nosotros siempre nos pasa algo, el famoso dicho: “Cuando el pobre lava, llueve”, sin más, ni más, a Diógenes le vino una locura extraña, empezó a presentar síntomas de un cuadro clínico que quizás hasta el momento no había detectado, pues tenía desde alucinaciones hasta ataques de euforia ¿lo fregó el estrés?. El caso es que el futuro presidente del país, el hombre llamado a cambiar radicalmente el rumbo de un barco a punto de estrellarse, generar un país de consenso y promover nuestro acercamiento a las grandes potencias, se vuelve loco, ¿Quién nos echó semejante vaina? ¿A qué estaba jugando el que mueve las fichas del destino?

La locura de Escalante rompió toda la mesa de negociación, los militares por un lado, los adecos por el otro, y el blando gobierno de Medina por el otro, estaban a punto de crear un escenario que definiría uno de los episodios del pecado original en la política del país, el nacimiento de una nueva forma de mandar, ya no es a plomo nada más, ahora también tiene discurso, tertulia y muchas promesas, el voto analfabeta, los decretos y populismo. Se da entonces el primer ensayo de gobierno despótico al estilo soviético pero con los usos del Caribe, la Junta Revolucionaria de Gobierno, un arrebato de políticos sin escrúpulos y militares sin criterio.

¿Fue un hecho providencial? ¿Estamos condenados desde siempre? Los hechos también se repiten. Parece chiste, pero es anécdota. 

Publicado por primera vez el 06 de julio de 2023 en Diario La Nación del Táchira, Venezuela

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