Las grandes guerras del mundo llegarán a Latinoamérica de la mano de las organizaciones criminales

Por Jorge Chacón Solar

La teoría geopolítica clásica desarrollada en Europa a finales del siglo XIX y comienzos del XX concibe a los Estados-Nación como los únicos actores geopolíticos. Esta teoría clásica no es apropiada para analizar la América Latina del siglo XXI porque hay regiones en las que las organizaciones criminales son el Estado. Claro que, no un Estado tradicional, puesto que no mantienen la institucionalidad ni les interesa administrar la región, no les interesa proveer salud, ni educación, ni electricidad o acueductos, son un Estado deformado, retrocediendo varios siglos atrás hacia uno de tipo Feudal, en donde la sociedad civil es considerada una tribu.

En este artículo explicaremos parcialmente cómo sucedió esto. En primer lugar debemos asimilar una verdad apabullante: el negocio del narcotráfico es, hoy en día, más grande que en cualquier momento de la historia latinoamericana. La región está produciendo más y mejores drogas que antes y la industria narco mejora cada día todos los componentes de su estructura. Desde una visión estrictamente corporativa y empresarial, el narco es uno de los negocios más eficientes del mundo y por ello logra aumentar sus ganancias de forma exponencial año tras año. 

Para muestra un botón: en México el narco ya es el quinto empleador del país con 175 mil empleados. Una cifra que con toda seguridad subestima el número real de empleos directos e indirectos generados por el crimen organizado. 

En segundo lugar, estamos presenciando una transición muy rápida de los patrones de consumo y, en consecuencia, de producción: ahora las drogas de origen vegetal están dándole paso a las drogas sintéticas. La marihuana era la droga más consumida en la década del 60 y del 70. Después llegó la cocaína en los 80 y 90. Hoy en día las drogas cuyo consumo aumenta más rápidamente son las sintéticas, y en particular aquellas derivadas de los opiáceos. Entre todas ellas, el fentanilo es quien manda. En Estados Unidos el fentanilo causa mas de 100 000 muertes por sobredosis todos los años y la cifra solo aumenta año tras año. 

Estas drogas sintéticas están alterando profundamente la estructura de las organizaciones criminales porque permiten la entrada casi inmediata de nuevos actores y estos desmonopolizan la industria. 

En el caso de la cocaína, es necesario sembrar la planta, cuidarla durante meses, después procesarla hasta producir la cocaína que se transporte a través de barcos, aviones, lanchas, personas (mulas) durante miles de kilómetros por varios países hasta llegar al consumidor final. Esta cadena de fabricación y distribución es tan compleja, arriesgada y costosa que solamente los grandes cárteles pueden permitirse el lujo de crearlas y mantenerlas, ya que se necesitan ejércitos de sicarios, centenares de campesinos, laboratorios en la selva, miles de hectáreas de sembradíos, además de barcos y aviones, para mover la droga. 

Con el fentanilo el negocio es radicalmente diferente porque le ahorra a los traficantes todos los problemas existentes en el negocio de la cocaína. Una sola persona en una cocina de un apartamento en Tijuana puede crear decenas de kilos de droga en cuestión de horas mientras escucha narcocorridos y en un fin de semana un equipo de 3 personas gana más dinero que el dinero que gana una compleja organización criminal transnacional de mas de 50 personas en un año de trabajo. 

En un mes, este equipo de 3 personas ya tiene el dinero para pagar a 100 sicarios que le den protección y para sobornar y extorsionar a las autoridades de toda una región completa.

El fentanilo está permitiendo la entrada de nuevas organizaciones criminales creadas en cuestión de días, y ¿de qué manera una organización criminal nueva y pequeña se hace respetar? Sencillamente: con violencia. 

Violencia interna hacia sus miembros para evitar traiciones y deserciones y violencia externa hacia los competidores criminales y hacia el Estado para demostrar poderío.

Entre más criminales existan más violencia habrá. Incluso si la violencia es entre ellos, siempre va a terminar expandiéndose hacia personas inocentes. Además, será una violencia menos racional, menos «común», será una violencia más sádica, que solamente puede venir de la mente de personas con una mente profundamente enferma y alterada por drogas. 

Como consecuencia de esta desmonopolización del mercado, tenemos en tercer lugar, que el mundo criminal ahora está profundamente fragmentado. Hay centenares de organizaciones que aparecen y desaparecen cada año y que ejecutan muestras de poderío con una violencia muy impredecible. Esto significa que no hay un «patrón» criminal que ponga orden y que limite los hechos de violencia que destrozan una sociedad: masacres, secuestros, infanticidios, feminicidios o extorsiones y robos masivos.

Además, debido a que estas organizaciones no tienen una estructura jerarquizada, la diferencia entre los jefes y los subalternos es mínima. Sus estructuras son muy dinámicas y horizontales. Un subalterno puede convertirse en jefe de su propia organización en pocas semanas. Incluso si los fundadores son dados de baja, esto no afectaría el negocio ni reduciría los niveles de violencia, ya que los espacios que dejan los delincuentes presos o asesinados son rápidamente ocupados, no por una sola persona, sino por varias. Y recordemos, ¿cómo compiten estos nuevos candidatos a ser jefes? Con violencia. 

El discurso político de la región fue construido sobre un mensaje de victoria estatal sobre los grandes capos: «derrotamos a Pablo Escobar», «derrotamos a los hermanos Rodríguez Orejuela», «derrotamos al Chapo», «derrotamos a las FARC». Actualmente, es bastante claro que los Estados y sus gobiernos no son capaces de hacerle frente y derrotar al mundo criminal en conjunto, podrán derrotar a un capo o incluso a un cartel específico (que dicho sea de paso es rápidamente reemplazado por otros nuevos cárteles, cada uno más poderoso que el cartel derrotado), pero jamás serán capaces de reducir la violencia, la criminalidad y llevar el Estado de Derecho a la totalidad del territorio nacional. 

La experiencia de varias regiones latinoamericanas, en las que los narcos son amos y dueños del territorio y subyugan al Estado son, simple y llanamente, casos de éxito criminal. 

En este punto es acertado hacernos una pregunta, ¿Los Estados no son capaces de derrotar el narco o no quieren ser capaces de derrotarlo?

Y, ¿Qué ha dicho la región sobre la gran amenaza que tenemos frente a nosotros? Pues, sorprendentemente, poco. Muy poco. La discusión política en la región se ha enfocado en la eterna lucha entre izquierda y derecha, qué partidos y qué políticos son de izquierda, cuáles son de derecha. La experiencia trágica venezolana logró dominar prácticamente la totalidad de las campañas electorales presidenciales de la región y los conversatorios políticos en todos los niveles. 

Sobra decir que al narco no le importa ni le afecta en lo más mínimo si un gobierno o un político es de izquierda o de derecha. Lo único que le importa es mantener y hacer crecer su negocio. Un narco puede negociar con un político comunista por la mañana y con un político de extrema derecha por la tarde. La ideología, ni la entiende, ni la quiere entender. No es su problema. Que peleen otros. Entre más pelee la gente por la izquierda y por la derecha mucho mejor para el narco, porque de esta forma menos gente peleará contra él. 

Para finalizar, el aspecto más grave y el que nos puede condenar a todos: las organizaciones criminales latinoamericanas son hoy en día actores geopolíticos: controlan territorio, controlan población, controlan recursos financieros, ejercen el mando, implementan una versión arcaica de justicia y emiten sus propias leyes. Son un Estado, un Estado feudal, pero un Estado al fin y al cabo.  

Precisamente por esto, me permito suponer que las grandes guerras del mundo llegarán a Latinoamérica de la mano del crimen organizado. 

Las grandes potencias necesitan comprar y vender armas, drogas, municiones; los enfermos pervertidos del mundo necesitan seguir pagando por sexo con menores de edad, comprando esclavas sexuales; los grandes bancos y las bolsas de valores requieren con urgencia mover los miles de millones de dólares de las organizaciones criminales; las grandes mineras y joyerías necesitan los diamantes, el oro y las esmeraldas de sangre; las petroleras necesitan sacar el petróleo de territorios controlados por narcos, y todos ellos, de forma obligatoria, tienen que negociar con las organizaciones criminales. Sin su visto bueno no se pueden hacer negocios. Así de simple.

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