Por: Diego Mendoza @Diego_MenHer

 

Hace unos meses atrás el economista argentino, Guillermo Luis Covernton, me compartió un interesante artículo que escribió, titulado Compromiso ambiental y crecimiento sostenido. Un problema dinámico. Publicado en 2018 en la revista Cultura Económica. A continuación, hablaré un poco al respecto y daré algunas consideraciones propias sobre este tema.

Covernton abre su artículo exponiendo que la base del mismo es analizar los problemas derivados de la interacción del hombre con el medio ambiente, y cómo ello ha llevado a todo un compendio de estudios donde se busca sopesar si se deben llevar a cabo ciertas actividades económicas y hasta qué punto, y si a través del Estado como órgano regulador, se deben tomar acciones para regular el impacto que producen algunas acciones humanas sobre la naturaleza.

En el trabajo, se advierte que este tema viene siendo tratado desde siglos atrás como parte de la necesidad que se manifiesta en el hombre por conservar su ecosistema y los rendimientos derivados del uso de los medios que este provee. Por ello, el economista menciona al clérigo Thomas Malthus, argumentando que éste en el siglo XVIII ya hablaba acerca de las “limitantes de la evolución de la humanidad hacia la felicidad”, puesto que el crecimiento desbordado de la población podría derivar en un problema por la natural escases de recursos disponibles.

Pero así mismo muestra que Malthus no contó jamás con la capacidad del hombre para hacer frente a dicho problema por medio del crecimiento aún mayor de la producción de bienes, creando incluso excedentes que podía acumular.

Y en contraparte al pensamiento del clérigo británico, Covernton por medio de Henry W. Spiegel, hace referencia a William Petty, quien “veía al crecimiento de la población como la solución a los problemas nacionales”.

Llegado a este punto, me viene a la mente el caso de la China maoísta, donde el crecimiento de la población llevó a que el Estado impusiera restricciones a la reproducción. La población de China creció, pero no a la par de su desarrollo económico, porque el sistema implantado de planificación centralizada y colectivización de las tierras era ineficiente para la producción de bienes. Pero no obstante a ello, a su vez este modelo fue precisamente el incentivo para que las familias crecieran puesto que las autoridades redistribuían la producción y otorgaban subsidios en base al número de miembros, además que el sistema económico basado en la agricultura poco tecnificada hacía necesaria la demanda mano de obra para aumentar la producción.

Lo cual me conduce a reflexionar acerca de que no necesariamente ha sido el desarrollo económico un factor determinante en el crecimiento poblacional, más sí un elemento fundamental a la hora de ofrecer condiciones de vida de calidad, donde el consumo pueda ir más allá de la adquisición de bienes y servicios considerados de primera necesidad.

Pero siguiendo con el trabajo del profesor Covernton, este habla acerca de cómo el avance tecnológico y científico ha sido el gran garante de la sofisticación de los procesos de producción que reducen precisamente los posibles daños medioambientales. Por lo que haciendo referencia a las posturas de Arthur Seldon, sobre este tema, se haría innecesario “equipar al gobierno con mayores poderes para influir sobre el accionar individual«.

Además, postula que ciertas actividades han generado un impacto positivo en el ambiente, y es algo que se suele pasar por alto, colocando como ejemplo de ello, “la incorporación de genes de bacilos a híbridos de cereales, capaces de matar instantáneamente a los insectos que intentan comerlos, y que permiten prescindir de la utilización de insecticidas”.

De manera tal que el florecimiento de la actividad económica con el pasar del tiempo estaría generando mecanismos que ayudarían a reducir el impacto que en algún momento la misma acción pudo llegar a ocasionar.

Esto se puede evidenciar en el desarrollo del automóvil cuyos primeros modelos tenían un consumo de combustible mayor por kilómetro recorrido que el que poseen actualmente, a su vez que era superior la emisión de gases (CO2) a la atmósfera. El incentivo económico por ahorrar combustible sirvió para enfrascarse en la construcción de motores más eficientes, derivando en un menor impacto medioambiental.

Ahora lugares como California, Estados Unidos, intentan romper de manera abrupta este avance al prohibir a partir de 2035 la venta de vehículos a combustión para que gradualmente en el parque automotor imperen los vehículos eléctricos. Esta medida no solo va en contra de la libre elección que deberían tener los individuos, sino que termina por beneficiar a un grupo de empresas que fabrican estos modelos en perjuicio de otras. Y sin tomar en cuenta que estos vehículos también dejan una huella medioambiental que según Michael Heberling, tomando datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), requieren “seis veces más insumos minerales” que uno a combustión interna (https://fee.org.es/articulos/el-inconveniente-medioambiental-de-los-veh%C3%ADculos-el%C3%A9ctricos/).

Más adelante, Covernton menciona a Ronald Coase, abogado y economista británico que daba su opinión en cuanto a este tema. Para Coase, dice el economista argentino, imponer sanciones al dueño de una fábrica por daños ambientales derivados de sus procesos podría terminar conduciendo a “resultados indeseados”, ya que estas se traducirían en un aumento de los costes para toda la sociedad.

En otras palabras, Coase intentaba postular que, en toda actividad económica desarrollada por una empresa, hay costos y beneficios tanto para el o los dueños del emprendimiento como para el público al que se le sirve. Por lo que sería en base a la misma economía que se debería evaluar qué está siendo mayor, los costes o los beneficios.

Lo que no me queda claro en este punto, es un ejemplo que menciona Covernton y que pertenece a Coase, y que dicta:

“Para ello ejemplifica con la actividad de un panadero que produce vibraciones que impiden la acción terapéutica de un médico. Y, dado que los servicios del médico son más restringidos y más valorados que los del panadero, se debería lograr que este último cese en su actividad”.

Digo que no me queda claro porque esto quiere decir que se le podría conceder a la ‘sociedad’ la potestas de tomar decisiones sobre los derechos de propiedad de una persona. Al preferir al médico por sobre el panadero, significa que se están violando los derechos de propiedad del panadero y además se estaría dejando a un grupo de personas sin la posibilidad de comprar el pan que éste prepara, o al menos, adquirirlo en un punto que les es cómodamente cercano a sus residencias. Por tanto, ¿Quiénes serían los encargados de hacer tal evaluación y por qué?

Creo que en este sentido Coverton tiene igual posición al señalar que en economía todas las valoraciones son “completamente subjetivas”, por ende, se pregunta: “¿Qué tiene más valor económico, una selva tropical o grandes rebaños de ganado de carne? ¿Para quién? ¿Será posible determinar tal cosa como un valor ‘social’?

Claro que también en consonancia con esto se me viene a la mente un ejemplo, y es si una empresa contamina un río por causa del vertido de cierto químicos. En este caso la empresa podría tener títulos de propiedad sobre la sección del río que pasa por su territorio, pero al ser una corriente de agua que se desplaza permanentemente, estaría afectando la propiedad de otros. ¿Qué hacer en este caso? Es una duda que mantengo en análisis.

Ahora bien, tomando como referencia a Pascal Salin, se plantea en el trabajo su posición frente a este tema, la cual es en pro de la economía liberal por considerarla la mejor forma de evitar al máximo posible las externalidades negativas. Salin tiene como postura que la destrucción del ambiente es precisamente un efecto de la “falta de capitalismo y de derechos de propiedad”, porque básicamente quien tiene poder sobre ciertos medios con una finalidad de lucro siempre tenderá a su conservación para mantener la opción de obtener beneficios.

Esto me hace recordar mi posición frente a los llamados Parques Nacionales, los cuales he propuesto privatizar por considerar que ello haría más factible su conservación por el incentivo derivado de esta acción. Mi posición está respaldada en los diferentes casos de reservas naturales privada que existen a nivel mundial (https://portals.iucn.org/library/sites/library/files/documents/PATRS-001-Es.pdf).

Por supuesto que algunos dueños podrían decidir desarrollar en estos territorios algún tipo de actividad distinta como la construcción de urbanismos, pero en dado caso no se podría hacer más que respetar dicha decisión.

Si los Parques Nacionales son actualmente asumidos como espacios bajo poder común es por la idea que ha creado en el imaginario popular el Estado. Cuando en realidad estos están bajo el poder de las autoridades de turno quienes podrían tomar decisiones contrarias a su conservación, permitiendo asentamientos dentro de sus espacios o el desarrollo de ciertas actividades como ha ocurrido en Venezuela, violándose así los derechos de propiedad puesto que según las leyes se supone que son tierras que pertenecen a cada uno de los ciudadanos nacionales.

Como último punto, se advierte en el ensayo la dificultad de llegar a un punto optimo en el que la actividad humana no tenga ningún impacto sobre el medio ambiente, y que hay que sopesar si la mejor respuesta para intentar disminuir estos impactos es a través de la legislación estatal o por medio del desarrollo de tecnologías que ayuden a hacer más eficientes distintas actividades sin provocar tantas repercusiones adversas, mejorando así los aprovechamientos futuros, pero esto último es sólo factible en un sistema de libre mercado.

Espero que tratar este tema pueda llevar a abrir debates de donde surjan propuestas de soluciones lejos de la esfera estatal, donde el cimiento sea el respeto a la libertad individual y a los títulos de propiedad.

A través del siguiente enlace pueden acceder al trabajo completo de Guillermo Covernton:

compromiso-ambiental-crecimiento-sostenido.pdf

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