Por Diego Mendoza
El miche es el nombre que recibe en el estado Táchira – Venezuela, el alcohol extraído de manera casera a partir de la caña de azúcar, componente primario que a su vez comparte con la panela, ese rígido bloque dulce de color marrón rojizo, que se utiliza para endulzar distintos platos de comida. Cuando la panela se diluye en el miche, se dice que se ha preparado un “calentado”, bebida que sirve para espantar el frío que se siente en estas alturas andinas, y que además hace subir la libido, perder la pena, o creerse más fuerte de lo que realmente se es, pero estos no vienen a ser los casos.
 
 
Otros de los efectos de la coloquial bebida, es que desenreda la lengua, iniciándose así arduas conversas, que fue lo que me ocurrió hace un par de días atrás cuando un amigo de la universidad me llamó invitándome a una pequeña reunión en su casa para ir a beber y contar anécdotas. Como me hallaba resuelto en el ocio, no dudé ni un instante en aceptar la invitación, y al cabo de algunos minutos mi amigo me pasó buscando, por lo que me debí apresurar en buscar la panela para llevarla.
 
 
No más al llegar a la casa saludé a todos los presentes con algarabía, comenté algunas vivencias con imprescindible humor acerca de mi corta estancia en Argentina, como la vez que estando trabajando en un kiosco, un policía de rutina se acercó a comprar unos preservativos y unos caramelos de menta; su excitación era tal que sin yo preguntarle, confesó que había conquistado a un par de pibes -jóvenes varones- en el bar de a la vuelta. Mi impresión fue una mezcla de sorpresa, risa y símil, porque no imaginaba a un policía venezolano diciéndome lo mismo; nuestra sociedad es mucho más conservadora y tales orientaciones sexuales por parte de un funcionario de seguridad podrían desatar un bullicio.


Mientras contaba esa y otras historias, como mis tropiezos con las puertas de vidrio cuyos avisos para abrir decían «tire»; aguardaba a que la luz eléctrica llegara para poder poner a funcionar la cocinilla eléctrica que calentaría el alcohol donde se diluiría la panela, puesto que los cilindros de gas yacían vacíos en un rincón a la espera que algún día memorable el servicio del gas volviera a funcionar con diligencia. La luz artificial la habían quitado como es costumbre sin previo aviso, por suerte ese primer apagón sólo duró 3 horas, digo por suerte porque en este país se puede suspender el fluido eléctrico hasta por 12 horas, e incluso ostentamos el record mundial, tras durar 48 horas a oscuras en todo lo ancho y largo del territorio nacional.


Una vez restablecido el servicio eléctrico público y gratuito -por su despreciable costo en comparación a cualquier otro bien y servicio que no se encuentre estatizado-, el papá de mi amigo pudo prender el motor para bombear agua del tanque subterráneo, ya que hacía un par de semanas no llegaba el vital líquido en aquella zona; fue entonce cuando procedí a lavar una olla donde vertí cerca de 6 litros de miche junto a la panela, al cabo de un tiempo el trago quedó listo para ser ingerido, sólo era cuestión de dejarle reposar un poco, mientras, se creó una lista de reproducción musical, y terminaron de llegar los invitados.
 
 
Trago tras trago nuestros rostros se ruborizaban y la plática se hacía más amena, hablábamos de todo un poco, fiestas a las que habíamos asistido, personas que nos gustaban, series de televisión, deportes, y entre un chiste y otro veíamos el zenit de la tarde, hasta que de pronto, llegó el segundo apagón, con éste sí quedamos sin visibilidad, por lo que tuvimos que prender la linterna de los teléfonos celulares; ya no hubo más música y el silencio efímero fue introducción inevitable para que algunos empezaran a desglosar entrañables vulgaridades contra el gobierno, ya que es el único poseedor de la empresa eléctrica nacional. Y como es costumbre, luego de la retahíla obscena aparece el espectro del recuerdo, ese momento en que los hombres hurgan en su mente intentando desesperadamente revivir viejas épocas donde se gozó de mejores condiciones, pues como diría el poeta portugués, Fernando Pessoa, “vale más la gloriosa memoria que el futuro incierto”.
 
 
Por supuesto que en aquella sala la mayoría éramos jóvenes nacidos en la década de los noventa, a excepción del papá de mi amigo proveniente de los 50’s, aun así, yo conocía el panorama anterior a la llegada del chavismo al poder, pues siempre me ha apasionado la historia; saber que a través de su entendimiento se puede en cierta medida predecir los resultados del mañana, es algo que me parece inefable. Empecé entonces a escuchar recordar al hombre mayor con nostalgia, decía que para él, el mejor gobierno que había existido en Venezuela era el primer periodo de su coterráneo Carlos Andrés Pérez, y razones fulgurantes tenía, pues en aquellos adoquines del tiempo, de 1974 a 1979, un dólar norteamericano se podía adquirir a 4,30 bolívares, era el auge de una economía que se perfilaba como saludable y prospera, sobre todo si se contrastaba con la de los países vecinos, por ello el ego y la vanidad del venezolano se endiosaron; se daban fiestas suntuosas, haciéndose común el derroche, y hasta se popularizó una frase que particularmente creo que representa esa atrofia socioeconómica que se gestó, el “esta barato, dame dos”, bastaba eso para ver el saque de billetes; las mesas de muchas casonas o ranchos se adornaban con botellas del mejor whisky escoses y aceitunas negras. El papá de mi amigo relataba estas escenas mientras en sus ojos se formaba un nimbo de lágrimas, y luego decía, “¿y ahora qué tenemos?… Nada”, enseguida soltaba esa afirmación a la cual le tengo aberración, “éramos felices y no lo sabíamos”.
 
 
Yo que ya había tomado varios pocillos de miche, no aguanté interrumpirle, le dije que si acaso sabía de dónde provenían todos esos dólares baratos, y si nunca se preguntó cómo funciona a largo plazo una empresa que vende por debajo del costo de producción como ocurría desde entonces con la de la electricidad, agua, gas, combustible y educación. Vi reflexión en su rostro, pensé enseguida que había conseguido que entendiera mi punto, pero con un viraje perspicaz eludió las interrogantes respondiendo que por eso, mejor que todos había sido el general Pérez Jiménez; otro oriundo del Táchira que desempeñó el cargo de jefe de Estado desde 1953 hasta 1958, durante el cual el país había logrado un loable avance en infraestructuras, ciencia y tecnología.
 
 
Pero yo no estaba determinado a tomar el mismo camino de escape, aunque reconocía que citar al exmandatario fue muy inteligente de su parte, pues el tema era muy extenso y controversial, pese a ello, resolví argumentar sobre las preguntas que planteé, después de sorber un poco más de calentado claro está. Inicié con decirle que para entender la pestilente desgracia actual, debíamos obligatoriamente regurgitar el pasado con suma prudencia para ser objetivos, exhumando las pasiones. A continuación comenté que para mí el presidente Carlos Andrés, había sido el segundo gran populista de nuestra historia, y no por mero capricho sensacionalista emitía tal laudo, sino que tenía mis fundamentos, ellos se postraban en los hechos de que durante su gerencia el Estado venezolano creció abominablemente, arropando mediante decretos a las denominadas empresas básicas. Por ejemplo, fue aprobada la Ley Orgánica que Reserva al Estado la Industria y Comercialización de Hidrocarburos, llevando a la nacionalización de 13 empresas que conformarían PDVSA, -atención, lo que se nacionalizó fueron las empresas y sus filiales, no el crudo, puesto que en el país desde su fundación todo lo que reposa bajo las betas terrestres es propiedad nacional, por ende, pasa directamente a ser administrado por el Estado; un lastre heredado de la colonización-, igual destino tendrían las empresas ferromineras según Decreto N° 580, lo que significó un torrente soez de ingresos, para lo que los dirigentes no estaban preparados, no por inocencia, sino por decidía.
 
 
Todas estas industrias petroleras expropiadas funcionaban a partir de la adquisición de concesiones, por lo que las mismas tenían un régimen muy estricto de deberes con el país, generando con el pago de compromisos, millones de bolívares anuales, lo que de haberse utilizado inteligentemente pudo ser la catapulta hacia la estabilidad, el progreso y la vanguardia. Además, a través de la Ley de Hidrocarburos redactada y firmada durante la presidencia de Isaías Medina Angarita en 1943, cada una de las corporaciones petroleras pasarían con el vencimiento de los permisos, a ser en 1983, propiedad del Estado venezolano de manera gratuita, y el mismo debatiría si renovar los acuerdos o no.
 
 
Y como ocurre por norma con cualquier contrato, su incumplimiento implica el pago de una multa, pero eso fue lo de menor importancia para unos dirigentes que se hicieron con una caja de capital más pomposa, lista para ser ultrajada con fines políticos. Tras de que al final de la década de los 50’s la Junta de Gobierno encabezada por Wolfgang Larrazábal, había implementado una serie de programas sociales –subsidios-, que mimaban al ocioso e irresponsable, se coronaban ahora estas cigüeñas que chupaban el oro negro que cotizaba tan bien en el mercado internacional. De allí que ser amigo del gobierno resultase una parranda segura. Era ser intocable y consentir frecuentemente la cartera con la suave combinación de algodón y lino de pigmento verde. Así florecían y se extendían empresas al amparo de un sistema que decidió proseguir el esquema proteccionista, lo que derivaba en que no existiera la apresurada necesidad de ahorrar, crecer y sofisticarse; es esto lo malo de la carencia de competencia, ceba mediocridad.
 
 
Pero mi refutación no se acababa allí, sólo la orillé brevemente para ir al baño y a comer algunos panes, pues me faltaba refrescarle que durante la presidencia adeco-aprista de Carlos Andrés Pérez, se había decretado la inamovilidad laboral, y fijado una lista de precios justos, algo tan nocivo para la economía como el consumir cianuro para un individuo; y que también durante su estadía en el Palacio de Miraflores, se pretendió reducir el desempleo creando un puesto de trabajo absurdo, la obligación de incorporar a una persona para operar las cabinas de los ascensores, que para aquél momento ya utilizaban mandos automáticos; o el hecho de que prohibiese durante seis años la televisión a color por medio de la creada “Comisión de Estudios de TV a Color”, presidida por Alberto Federico Ravell, el mismo que ahora es nombrado Director del Centro de Comunicación Nacional por la Asamblea de la república. La causa de la disparatada medida en contra de los pigmentos, era que se habían contraído negocios al margen de la ley con importadoras de televisores que aún transmitían en blanco y negro, y la revocación al dictamen debió esperar hasta 1980. Pero para llenar el cotillón, por aquellos días también se engulló el Banco Central que desde su creación en 1939, bajo el ejecutivo de Eleazar López Contreras, lo había conformado capital mixto para evitar su politización. En fin, para mi, el chavismo es un sucedáneo del bipartidismo que condujo al país por 40 años.
 
 
Lamentablemente la llegada de la corriente eléctrica a las 9 de la noche nos distrajo, y otros temas y juegos surgieron al calor del calentado. Así proseguimos la juerga hasta cerca de la media noche, cada que sonaba un canción vieja en la computadora, la coreábamos con entusiasmo, y yo brindaba mis cuentos de desordenado e infortunado don Juan que causaban largas risas, además, mi dialecto y acento campesino bien afincados, hacían todo más gracioso, incluso a partir de un instante los presente me acuñaron “primo”; y justo cuando creí que los temas profundos ya habían sido disecados, un contemporáneo de origen colombiano que recién conocía en la fiesta, entabló conversación conmigo. Me preguntó qué impresiones tenía sobre la situación actual de la hermana república, en lo relativo más fijamente al Acuerdo de Paz firmado con las FARC; seguramente me había escuchado hablar con el papá de mi amigo hacía un par de horas antes, así que consumiéndome un trago de la saturada bebida, arranqué a desenvolver mis impresiones.
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2 thoughts on “Tertulias con miche y panela”

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