En Latinoamérica ya existen organizaciones criminales, principalmente las narcotraficantes, que se han convertido en actores geopolíticos de primer nivel

Por Jorge Chacón Solar

Los desafíos del siglo XXI para Latinoamérica son enormes: pobreza, corrupción, informalidad laboral y poca educación, por mencionar solo unos cuántos. 

Durante dos siglos los países latinoamericanos hicieron enormes esfuerzos para construir Estados y gobiernos que permitieran el desarrollo de sus ciudadanos en un entorno medianamente seguro y estable. Hoy, esta estabilidad y seguridad, que siempre fueron muy inestables y débiles, palidecen ante la amenaza que representan las grandes organizaciones criminales latinoamericanas, las cuales están aumentando su tamaño, sofisticación y poder a una velocidad impresionante. En poco tiempo, tendrán más poder que muchos países. 

Los principales culpables de este problema son los mismos Estados, puesto que  no son capaces de preservar la estabilidad y gobernabilidad de sus actuales territorios, tampoco son capaces de proteger sus recursos naturales ni de garantizar el ejercicio y la protección de los derechos fundamentales de sus ciudadanos. La corrupción, la ineficiencia y la falta de profesionalismo en la administración estatal son las principales causas de esta incapacidad. 

Para muestra, un botón. En las zonas claves para la producción y el transporte de drogas no se puede realizar ninguna actividad política ni judicial sin la autorización de los cárteles de la droga que la controlan. Así mismo, el tráfico y la trata de migrantes es dirigida por organizaciones criminales que a su vez son las únicas con el poder suficiente para negociar con los gobiernos.

E incluso, paradójicamente, los delitos financieros como el lavado de activos, el contrabando o la usura se convierten en las únicas actividades dinamizadoras de las economías locales, que generan empleo e incentivan el consumo (esto en el largo plazo genera muchos problemas ,más serios, pero los habitantes locales no ven otra opción). Existen muchos pueblos y ciudades que dependen del dinero de orígenes ilícitos para su supervivencia y, muy entre comillas, para asegurar su «desarrollo económico». 

En Latinoamérica ya existen organizaciones criminales, principalmente las narcotraficantes, que se han convertido en actores geopolíticos de primer nivel porque han acumulado tantísimo poder que necesitan proyectarlo internacionalmente por encima de los intereses nacionales. En otras palabras, son actores geopolíticos porque ya pueden imponer sobre otros territorios su propio gobierno, gobernabilidad y gobernanza.

El ejemplo más reciente es el asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio. Las principales organizaciones criminales de ese país actúan como socios locales de grandes cárteles mexicanos que expandieron su guerra hasta la nación sudamericana, que a su vez es un país estratégico para el comercio internacional de la droga producida en Colombia y Perú. Se trata de utilizar a las bandas ecuatorianas como proxys en la guerra inter-cárteles en México y con ello modificar la estructura política ecuatoriana. 

Otro ejemplo claro sobre las organizaciones criminales como actores geopolíticos es la participación del grupo de mercenarios ruso Wagner en la guerra contra Ucrania y en los golpes de Estado y la protección de gobiernos africanos. Wagner es el mejor ejemplo de cómo una organización, que la OTAN considera como criminal, es en sí misma un actor geopolítico que responde a las directrices de Moscú. 

Este tipo de organizaciones tiene grupos armados que superan en poder de fuego, entrenamiento y capacidad operativa a varios ejércitos latinoamericanos, sin tener ni los problemas de burocracia, políticos y jurídicos de los ejércitos. 

Si Latinoamérica no toma en serio esta amenaza, más temprano que tarde veremos con impotencia la caída de los Estados de Derecho en la región, que de por sí ya son muy débiles. Nuestros países se convertirán en feudos sin ley ni justicia y presenciaremos el regreso de un caudillismo adaptado al siglo XXI. 

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