Este conflicto financiado y planificado por organizaciones criminales, sería mucho más grave si permitiera la entrada de potencias extraregionales

Por Jorge Chacón Solar

Las sangrientas y despiadadas guerras entre cárteles del narcotráfico latinoamericanos serán cada vez peores, cada vez más comunes y cada vez más cercanas. Los cárteles narcos están agarrando tanto poder que pronto tendrán la capacidad de arrastrar a los países de la región a un conflicto bélico tradicional.

En la década del ochenta y comienzos del noventa Colombia era el escenario de una terrible guerra entre cárteles de la droga. Las películas y series de televisión y de Netflix han hecho un trabajo importante (y polémico) para dar a conocer este episodio de la historia colombiana al mundo y a las nuevas generaciones. Hay quienes dicen que este tipo de contenido exalta y romantiza el mundo narco, hay quien dice que por el contrario este contenido muestra el destino trágico de los narcos y de sus allegados. Independientemente de cuál sea el efecto en el público de estas series y películas, lo cierto es que se quedan cortas para mostrar cuál era la realidad de la población colombiana en esa época.

¡Era un infierno!

Los colombianos convivían día tras día con secuestros, masacres, bombas, atentados, sicariatos, extorsiones, violaciones, migraciones internas masivas, reclutamientos forzados y, en fin, cualquier tipo de delito que se haya tipificado en el código penal colombiano pero a una escala masiva. Todos los colombianos, sin excepción, fueron víctimas de esta guerra. No hubo una sola ciudad o pueblo del país que no la sufriera..

Simplificando mucho, la historia de la guerra narco en Colombia de los ochenta fue así. Dos grandes cárteles de la droga surgieron en las dos ciudades más importantes del país después de Bogotá: Medellín y Cali. Un cartel es la unión de los productores más grandes de algún producto con el objetivo de controlar el mercado, y esto significa, el control de las cantidades y por ende, de los precios de este producto (no todos los carteles se refieren a organizaciones criminales, por ejemplo la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP, es un cártel, pero no de droga sino de petróleo).

Entonces, los principales productores y distribuidores de cocaína de la región antioqueña y alrededores se unieron en un cartel llamado Cartel de Medellín, liderado por el famosísimo Pablo Escobar. Por otro lado, los principales productores y distribuidores de cocaína del Valle del Cauca y de sus alrededores se unieron en otro cartel llamado Cartel de Cali, liderado por los hermanos Rodríguez Orejuela. Entre ambos cárteles controlaban prácticamente todo el suministro de la cocaína que se consumía en Estados Unidos y que se traficaba por México.

Eran las organizaciones criminales más lucrativas del planeta. Ganaban miles de millones de dólares y crecían exponencialmente. Cada año su tamaño era varias veces mayor que en el año anterior. Cada año tenían que controlar más territorio, más rutas, producir más cocaína, contratar más criminales, ejercer más violencia, lavar más dinero, sobornar y extorsionar a más funcionarios públicos. Crecieron tanto que era cuestión de tiempo para que sucediera lo evidente: que entraran en conflicto entre ellas.

Y así lo hicieron a finales de los 80 y comienzos de los 90, una guerra que, como dijimos al inicio del artículo, fue una pesadilla en vida para los colombianos.

Ahora hagamos un contrafactual. Imaginemos que esta guerra no hubiera sido entre el Cartel de Cali y de Medellín, ambos colombianos, sino entre el Cartel de Medellín y, por ejemplo, un cartel en Quito o en Guayaquil. Hubiera sido una guerra entre criminales colombianos y criminales ecuatorianos.

¿Qué hubiera pasado? y, mejor todavía, ¿qué hubiera podido pasar?

Inicialmente esta guerra del mundo criminal hubiera sido condenada públicamente por las autoridades de ambos países. Los políticos ecuatorianos y colombianos hubieran realizado algún acto público con sus policías y militares para coordinar esfuerzos conjuntos entre las dos autoridades. La opinión pública colombiana y ecuatoriana habría apoyado este trabajo mancomunado entre ambos gobiernos y, al menos inicialmente, habría existido una unión fraternal entre los dos países.

Sin embargo, esta unión hubiera sido bastante frágil. Habría bastado que unos sicarios de Colombia viajaran a Ecuador para matar a un narco ecuatoriano. Identificaran su camioneta, la emboscaran y le dispararan, solamente para descubrir que adentro de la camioneta no viajaba el narco sino una familia ecuatoriana que no tenía que ver con el narco. La opinión pública ecuatoriana comenzaría a odiar a los colombianos. A todos.

Habría bastado que unos sicarios de Ecuador viajaran a Colombia y lanzaran una granada en el bar de un narco en una ciudad colombiana como venganza para que la opinión pública colombiana comenzara a odiar a los ecuatorianos. A todos.

Imaginemos que esta guerra entre cárteles hubiera crecido tanto que se hubiera convertido en un asunto de seguridad y defensa nacional para Colombia y para Ecuador. Imaginemos que los funcionarios policiales y militares corruptos de ambos países comenzaran a trabajar para el narco con el objetivo de matar policías y militares del otro país. Esto sería lógico. Así funcionan las guerras narco.

Si se descubriera que una emboscada que dejó un saldo de 12 policías colombianos muertos se planificó utilizando información de inteligencia militar entregada por un militar corrupto de Ecuador. ¿Esto sería un acto de guerra de Ecuador a Colombia?

Posiblemente no, ¿pero qué sucedería si estas emboscadas se repitieran dos, tres, cinco, diez veces? ¿Ahora sí serían actos de guerra? ¿A partir de cuántas emboscadas podemos comenzar a pensar que se trata de una agresión de las Fuerzas Militares de Ecuador y no de unos pocos funcionarios corruptos?

La respuesta nunca es clara.

Los cárteles mexicanos, que son los más poderosos del continente, ya nos están mostrando claramente que sus tentáculos llegan a otros países y que pueden cometer actos tan horribles como el magnicidio en Ecuador de un candidato presidencial. El asesinato del presidente de Haití por parte de un puñado de soldados de las fuerzas especiales de Colombia que actuaron, según se ha dicho públicamente, sin la autorización de su gobierno; demuestra la fragilidad de la seguridad nacional de algunos países y también la fuerte capacidad operativa con la que cuentan otros países.

¿Puede una organización criminal comprar una elección municipal o regional? ¡Claro que puede! ¿Pueden comprar y garantizar una elección presidencial? Posiblemente.

¿Puede un presidente de algún país Latinoamericano trabajar para el narco? Manuel Noriega, presidente de Panamá depuesto tras una operación militar conducida por tropas estadounidenses conocida como «Operación Causa Justa», estuvo 20 años preso después de ser derrocado por haber facilitado la distribución de drogas.

¿Es posible que en el futuro cercano veamos en Latinoamérica una guerra entre dos cárteles de diferentes países? Sí, es perfectamente posible y de hecho, tomando en cuenta la debilidad de las instituciones estatales y la creciente fortaleza de las organizaciones criminales en la región, es cuestión de tiempo para que esta guerra criminal internacional ocurra.

La guerra podría iniciar por motivos que nada tienen que ver con el negocio del narcotráfico: una delimitación fronteriza del siglo pasado no aceptada por alguna de las partes (por ejemplo, Guyana y Venezuela por el Esequibo) o un ataque de los militares de un país a intereses del otro (conflicto entre México y Guatemala 1958-1959), también podría ocurrir por motivos ideológicos como las invasiones de guerrilleros cubanos a varios países de la región bajo el mando de Castro o por motivos de seguridad nacional (como el bombardeo de la Fuerza Aérea de Colombia al campamento de Raul Reyes en Ecuador en el 2008). Razones para que los humanos nos matemos, nunca faltan.

Este conflicto financiado y planificado por narcos, sería mucho más grave si permitiera la entrada de potencias extraregionales como Rusia, Irán, China o Turquía. Las estrategias geopolíticas de estos países consideran a Estados Unidos como un enemigo y en consecuencia cualquier conflicto en Latinoamérica sería una oportunidad única para combatir a Estados Unidos. Esto significa que cualquier organización criminal narco podría recibir apoyo diplomático, militar y de inteligencia de otros países y de sus organizaciones terroristas aliadas (caso Hamas-Irán).

Es decir, la tercera guerra mundial podría entrar en Latinoamérica de la mano de los narcotraficantes.

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